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Con la vitalidad del primer siglo de vida

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Foto: Vectors

Las 11 de la mañana de un día cualquiera. Tocamos timbre en la casa de la calle Casey y nos atiende uno de sus hijos. “Pasá, que mamá está en la cocina”. 

Damos la vuelta y antes de perder la vista en las innumerables plantas del jardín ingresamos a la vivienda.

Nelly está de pie, al lado de la mesada, secando los platos.

  • “Vos estuviste el otro día para mí cumpleaños. Esta memoria mía, recordame quién sos” nos dice mientras termina de hacer sus tareas y comienza a contarnos.

“Hace algunos años empecé a perder la memoria…”, se disculpa mientras nos muestra el blíster del único remedio que toma y que le recetó el médico hace un tiempo. “La única vez que estuve internada fue para cuando nacieron mis hijos. Antes usaba anteojos, pero ahora sólo para leer, no los necesito”  dice con seguridad, mientras nosotros no dejamos de sorprendernos.

“Sentate querido”, Mirá que yo no me acuerdo de muchas cosas”, advierte pero nos sorprende a cada instante con historias y con el repaso minucioso de cada integrante de la familia. 

Nos habla de los Eyherabide, los Saldubehere y los Gaburri, por supuesto. “Cuando murió el abuelo Eyherabide estuvimos cinco años viviendo en el campo, en la casa de la abuela“, nos cuenta y detalla con precisión esas eternas reuniones familiares, de las mesas largas y los manteles blancos. “El abuelo murió de un ataque de presión. En esa época no se sabía, pero como no había heladeras, a  todo se le ponía mucha sal para conservar los alimentos”, nos relata y repite una y otra vez que muchas cosas se le olvidan, mientras nosotros admiramos a cada instante su vitalidad y una memoria prodigiosa.

Hace algunos años falleció Roberto, su compañero de toda la vida, pero hoy la casa de la calle Casey, esa que por décadas los herenses destacábamos por la cantidad de animales que Don Scavino cuidaba con esmero, es escenario del desfile de hijos, nietos, bisnietos y amigos de la familia. 

Don Roberto, empleado de Segba de toda la vida, aún de cuando no se había convertido en Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires, le dedicó buena parte de sus 95 años de vida a cuidar una quinta que era la envidia de todos y sus elogiados animales.  Infinidad de pájaros con sus trinos y colorido y majestuosos pavos reales que solían escucharse desde lejos en las cálidas noches de verano.

El martes Nelly completó su primer siglo de vida y lo hizo con una vitalidad que entusiasma y que llena de felicidad a sus hijos Carlos, Susana, María Lidia y Hernán, mientras que los nietos, cada vez que pueden, se dan una vuelta para visitar a la abuela y tomar unos mates.

“Mi hermana que vive en Marcos Paz tiene 98 y medio y papá murió a los 100”, dice como si fuese tan fácil alcanzar esa edad y de la manera que ella lo ha hecho.

“Fotos, no”, nos aclara y tenemos que recurrir a su nieto para ilustrar esto que más que una nota, es un canto a la vida.

Feliz cumpleaños Nelly. Dios nos de su vitalidad para arrimarnos algo, aunque sea, por más que, hoy por hoy, ya nos olvidamos más cosas que Ud.