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Amigos son los amigos

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Conocimos la historia hace mucho tiempo y siempre nos llamó la atención. Son cotidianos los viajes y las aventuras entre amigos, pero algunos tienen características muy particulares.

En los primeros meses del 98 dos jóvenes herenses salieron de nuestra ciudad con destino a San Carlos de Bariloche. Proyectaban hacerlo a dedo y con muy escasos fondos.

Uno venía de recorrer durante varios años diferentes países sudamericanos, el otro soñaba con viajar, aún con las dificultades que su ceguera presagiaban.

Rodrigo Gómez y el siempre sorprendente Diego Cerega soñaban aquel viaje y lo recuerdan hoy más de veinte años después.

Lo conocí a Diego de grande, cuando ya había perdido la vista. Solíamos encontrarnos en la radio y en diferentes ámbitos, pero nunca lo dudé cuando me dijo de hacer un viaje juntos. Sabía que era muy despierto y hábil para resolver sus dificultades. Estaba seguro que sería una experiencia enriquecedora”, cuenta Rodrigo quien recuerda que salieron con muy poca plata y sólo con el entusiasmo de hacerlo, porque en otras oportunidades solían llevar algunas artesanías para vender y pagarse los pocos gastos que generaba el viaje, pero esta vez no había más que algo de ropa y muchas ilusiones en sus mochilas.

Lo cierto es que una mañana se subieron a un colectivo de línea y partieron con rumbo a Navarro. Allí comenzaría la aventura. Un primer tramo hasta Mercedes y después una camioneta que los acercó a Suipacha. “Ahí nos paró una camioneta que llevaba gallinas y que iba hasta Santa Rosa, donde nos esperaba el tío de Diego (Yoyi García). Iban dos vagos que paraban en todos los pueblos a comprar cerveza. Nosotros íbamos atrás, entre las gallinas. Antes de llegar a Trenque Lauquen ya nos empezaron a pasar latas y después se puso a llover, por lo que terminamos todos amontonados en la cabina y casi borrachos. Llegamos a Santa Rosa de milagro”, recuerda.

Lo cierto es que después de “reponer fuerzas” siguieron viaje a dedo, primero para llegar a Gral. Acha y de ahí a Neuquén donde se subieron a un micro para arribar a la capital de los lagos del sur después de casi una semana de viaje.

No teníamos un mango y comíamos salteado. La pasamos muy bien, pero también corrimos la coneja de lo lindo. Recuerdo que estábamos en una carpa en un camping. Una noche me despierto sobresaltado porque escucho ruidos y lo veo a Diego comiendo azúcar a cucharadas. Había encontrado un paquete y le estaba entrando de lo lindo. “Tengo una lija”, me dice. Hacía un día y medio que no comíamos”, cuenta hoy Rodrigo que, de todas maneras, se divierte con aquellas anécdotas y no se olvida del día que, con los últimos pesos que le quedaban, se compraron una pizza y empezaron a caminar a orillas del lago, entre las piedras, hasta que, de repente, se encontraron en una propiedad privada y con dos doberman que les querían comer los tobillos. “Diego llevaba su mano arriba de mi hombro y escuchó que nos encaraban los perros, pero yo los vi venir y me di cuenta que querían morfarnos. No podíamos retroceder y se nos complicaba correr entre las piedras, así que fuimos con los perros pegados a nuestros talones hasta que saltamos el tapial. Cómo pasó Diego, todavía me lo pregunto”, nos cuenta sobre aquel viaje memorable que terminó con el regreso a Santa Rosa en micro ya que, apenas llegados a Bariloche, habían sacado los pasajes para asegurarse la vuelta. “Llegamos a La Pampa con un hambre terrible. Me acuerdo que veníamos en el micro sentados en el fondo y le digo a Diego que venían dando “sanguches”. Se acomodó, creo que hasta se peinó y cuando se dio cuenta que era una joda me quería matar”, cuenta.

Volvieron desde Santa Rosa a Navarro a dedo y de allí a Las Heras nuevamente en colectivo. 

En su momento, Diego se mostró feliz con la experiencia y hoy Rodrigo cuenta que todo superó sus propias expectativas. “Si alguien llega a pensar que hacer un viaje con un chico ciego es llevar una carga, por lo menos con Diego, se equivoca de medio a medio. Hicimos varios viajes juntos y comenzamos una amistad que se mantiene hasta el día de hoy y, seguramente, será para siempre«, afirma.

De esos viajes de los que habla, dos ya no fueron solos porque el primero fue hasta Santa Rosa con la compañía del “Gallego” Fernández y el otro a Bariloche con una chica ciega que era amiga de Diego.

“En el que hicimos con el Gaita” nos pasó de todo al punto que a la vuelta, en Trenque Lauquen, terminamos en la comisaría después de haber querido abordar un tren de carga al mejor estilo del lejano oeste. Cuando ya nos habíamos acomodado empezaron a aparecer policías y patrulleros por todos lados. Nos escondimos entre los pastos en una zanja hasta que decidimos “entregarnos”. Terminamos comiendo facturas en la comisaría y volviendo hasta Lobos en un colectivo cuyos pasajes nos consiguió el cura de Trenque Lauquen. En Lobos quisimos vender un caleidoscopio para comprar los boletos, pero había una chica de Las Heras que nos dio la plata y pudimos llegar a casa después de varios días de viaje.

En varias oportunidades he dicho que nada de lo que haga Diego Cerega puede sorprenderme, pero hoy, a pocas horas del Día del Amigo, quería rescatar esta historia porque es una prueba fehaciente que la amistad, cuando es auténtica, es capaz de superar cualquier barrera.