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Cuarentena con acento

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Desde el 20 de marzo, los quince mil herenses (como los 44 millones de argentinos) estamos aislados y se ha llegado a extremos insospechados de ciudades sitiadas a las que no se podía ingresar, ni siquiera para llevar provisiones.

Pero la vida sigue, más allá de todo y las circunstancias hacen que en todos lados haya una movilidad con mayor o menor energía.

Las Heras no podía ser la excepción y en estos 120 días han sido varias las familias y nuevos vecinos que se han afincado en nuestra ciudad.

Lo que llama la atención es que dos de ellos no provienen de ciudades vecinas, o más o menos lejanas, sino de países hermanos. Ambos, por diferentes circunstancias, hoy transitan nuestras calles.

Paulina Bejarano es ecuatoriana y vino a Las Heras el día anterior al que se declarara la cuarentena aunque, en su caso, lo hizo por un motivo particular ya que está en pareja con un herense con quien residían en La Plata, por lo que ante el inminente aislamiento dejaron el departamento que ocupaban en la capital provincial y se afincaron aquí desde ese momento.

Paulina es quiteña y es el segundo periodo que transcurre en nuestro país, ya que había estado en Argentina haciendo un posgrado universitario en 2016 y 2017. Aquí conoció a Mario Del Dago (el hijo mayor del recordado médico veterinario del mismo nombre fallecido en la década del 80) y con él regresaron desde Ecuador en el mes de septiembre, instalándose en la ciudad de las diagonales hasta el último 20 de marzo.

La historia de Gabriel Henriquez es diferente y mucho más traumática, aunque también casi habitual entre sus connacionales, ya que desde hace varios años, millones de venezolanos han iniciado una diáspora que los ha llevado a los más diversos rincones del planeta, aunque Argentina se encuentra entre sus preferidos.

Gaby es de Cabimas, estado de Zulia, muy cerca de Maracaibo y del Mar Caribe. Hijo de un obrero de PDVSA y el del medio en una familia que completan su mamá y dos hermanas que residen en su ciudad natal. Él también llegó a la Argentina en septiembre, sólo que se instaló en San Martín, gracias al apoyo de un amigo venezolano, llegando Las Heras el pasado fin de semana. 

Paulina es profesora de inglés, pero una inquieta investigadora de diversos aspectos del ser humano, a tal punto que llegó al país para hacer una licenciatura en humanidades y tomar cursos y participar de foros y ateneos. Bailarina y profesora de swing (una danza íntimamente ligada al jazz), como muchos extranjeros comenzó a tomar clases de tango y participar en milongas. En una de ellas conoció a Mario y allí comenzó una nueva historia para ambos.

Gabriel es ingeniero en instrumentación y control y en su país trabajó durante algunos años en Pepsico, hasta que la situación se puso cada vez más complicada y comenzó a proyectar un nuevo futuro lejos de la patria. Su mamá se terminó de convencer que era cierta su partida, cuando vio el pasaje arriba de la mesa. Un amigo le había ofrecido darle una mano en su llegada a Argentina y aunque, primero lo había planeado hacer con otro chico de su misma edad, éste a último momento se arrepintió y Gabriel comenzó un largo viaje que duró toda una semana. Primero por tierra hasta Manaos y desde allí (vía aérea) a San Pablo y, finalmente, hasta Buenos Aires para instalarse en el norte del Gran Buenos Aires. “Trabajé primero en un lavadero en Villa Ballester y después en una pizzería en Banfield. Tenía más de dos horas de ida y dos de vuelta. Empecé a mandar currículum hasta que me llamaron de Baires”, cuenta y dice que proyectaba viajar todos los días desde San Martín, pero en la empresa le ofrecieron conseguirle un departamento para que se instale en nuestra ciudad. Así fue como el lunes comenzó a trabajar en la empresa del Parque Industrial en el área de mantenimiento.

Ambos reconocen que nunca imaginaron vivir en una pequeña población como la nuestra, aunque ella reconoce que disfruta del canto de los pájaros y los atardeceres y él destaca la calidez humana de quienes lo recibieron con los brazos abiertos, aún sin conocerlo.

Paulina nos cuenta de su dolarizado Ecuador y recuerda que tras la crisis del 2000 y tener que adaptarse a manejarse con la moneda nortemericana, hoy el periodo post Correa navega un poco a la deriva, aunque cree que en un futuro no muy lejano la centro derecha terminará imponiendo condiciones.

Lógicamente la visión de Gabriel de su amada Venezuela no es tan optimista. Recuerda los cortes de energía del año pasado. La semana que pasaron completamente a oscuras y las restricciones posteriores, cuando tenían dos cortes diarios de seis horas cada uno, que después fueron tres de cuatro. Cuenta de la compra de petróleo a Irán que podría no ser una novedad, sino fuera porque Venezuela tiene las mayores reservas mundiales de crudo.

Paulina se lamenta por los estragos que causó el coronavirus en su país y aunque reconoce que la situación es crítica, tampoco es tan dramática como la pintan los medios con los cadáveres amontonados en las calles. “Fue muy grave en el sur y ahora está llegando al norte. Lo realmente malo es que nuestro sistema de salud pública es muy endeble y eso fue lo peor. Tampoco tuvimos un estado presente como aquí”, dice.

Mario y Paulina. Un herense y una quiteña a orillas del Yahuarcocha, el hermoso lago de Imbabura

Gabriel asegura que el desabastecimiento y la inseguridad son más preocupantes que el Covid en Venezuela, donde no hubo demasiados casos al principio, aunque ahora se han incrementado. “Al no haber mucho turismo o venezolanos recorriendo el mundo y regresando al país, el virus entró muy lentamente, pero los casos han aumentado últimamente. También lo precario de nuestro sistema público de salud es preocupante”, explica.   

Ella habla de los diferentes climas que suelen convivir en su país y las diferencias de altura que te pueden llevar en un par de horas del nivel del mar de la costa del Pacífico a los 2800 metros de su Quito natal. “Tienen las cuatro estaciones, pero todas a la vez”, acota Mario que vivió allí un tiempo hasta que regresaron al país.

Él, que nació muy cerca del Caribe, sufre nuestro invierno y extraña los 30 y pico de grados de Maracaibo, aunque asegura haberse adaptado rápidamente a los poquitos de Buenos Aires y a los mínimos de Las Heras.

Gabriel Hernriquez junto a su familia, antes de venir a la Argentina

Ella disfruta bailando y él añora poder volver a jugar al fútbol.

Paulina es una de las pocas ecuatorianas de Las Heras (posiblemente la única). Gabriel es parte de la diáspora venezolana que recaló por estos pagos.

Ambos llegaron con la cuarentena, están adaptándose y aunque de manera permanente se contactan con los suyos en su país de origen están descubriendo la hospitalidad de los herenses.

Paulina y Gabriel, si bien no tienen esos nombres típicos de muchos países sudamericanos, llaman la atención con su acento, mientras se van acomodando a nuestra idiosincrasia.