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A caballo y a un paso de Paris

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Nico, Agustín, Lucas y Jona, orgullosos con uno de sus premiados. Mejor caballo del último torneo en Chantilly

Desde hace un par de décadas, una importante salida laboral para nuestros jóvenes relacionados con el campo y, especialmente, con los caballos deportivos, es el trabajo de petiseros.

Así es como los hemos visto en los Estados Unidos, donde alguno terminó radicándose, en España, Italia, Francia, Alemania y hasta en la exótica Dubai.

Es de destacar que no sólo lo han hecho trabajando con los caballos y poniéndolos a punto para la competencia, sino también como jugadores profesionales.

Lo cierto es que cada temporada (invierno para nosotros, verano para ellos) parten decenas de jóvenes con las ilusiones intactas. Buscan una mejor calidad de vida para sus familias, un sustento económico que aquí no lograrían ni en todo el año, pero también una experiencia que a los 20 y pico o a los 30 y pico suele ser única.

Habitualmente se van llevando unos a otros y suelen compartir no sólo el trabajo y los lugares de residencia, sino que también, muchas veces, hasta los mismos patrones.

“Aquí hay doce equipos y unos 80 petiseros. Todos son argentinos. Nosotros ahora quedamos cuatro que vivimos en la misma casa y trabajamos en las mismas caballerizas, pero hay otros chicos por acá. Algunos jugando y otros cuidando los animales. Algunos esta semana se fueron a jugar un torneo a Saint Tropez”, nos cuenta Jonathan Kennedy, uno de los “experimentados” ya que hace varios años que hace temporada en Europa.

Pero algunos hacen sus primeras armas y no es tan fácil, especialmente cuando se llega en las últimas semanas de invierno y no sólo el club está como en un letargo, sino que el clima no acompaña y la soledad se hace sentir. Así lo vivió en los primeros días Agustín Silvero, uno de los primerizos, al que le costó muchísimo adaptarse. Hasta que se puso en marcha la actividad y comenzaron a llegar los “compatriotas” para hacer más llevadera la estadía. Hoy es uno más que está maravillado con ese lugar en el mundo.

El propio Agustín, Jonathan, Nico Villagra y Lucas Arricau se encontraban los últimos días en Apremont, un pequeño pueblo a media hora de París en el que también suele coincidir Seba Vercillo, Jony Gauna, Yiyi Kennedy, su hermano Ignacio y Tete Storni, estos dos últimos ya jugadores profesionales con cinco goles de hándicap.

La temporada de Lucas viene siendo doble, porque cuando se terminaba nuestro verano partió hacia Dubai y, después de un tiempo, regresó a la Argentina por un par de días y sin desarmar el bolso volvió a subirse a un avión para recalar también en Apremont.

El poblado está en el cantón de Chantilly (de hecho el Club de Polo en el que trabajan tiene este nombre) a media hora hacia el norte de Paris. “El pueblo es hermoso y tiene un centro comercial espectacular”, asegura Jonathan que es el interlocutor que nos cuenta que la jornada para ellos comienza bien temprano. A las 5 de la mañana, con las primeras luces del día (las noches del verano europeo son extremadamente cortas, ya que suele estar de día hasta las 23), comienza la jornada. Le dan la comida a los caballos que se encuentran en las caballerizas y que suelen atender entre 5 y 6 cada uno. Aprovechan para tomar unos mates, porque después hay que cambiar las camas y comenzar a varear hasta el mediodía. Almuerzo y a la tarde otra vez la rutina, salvo que haya prácticas o “taqueo” o bien que se encuentren en plena competencia, como ocurrió el pasado fin de semana. “Recién volvemos a casa como a las 8. A veces compartimos unos mates, preparamos la cena o vamos al pueblo a hacer las compras”, nos cuenta Lucas Arricau, el “Tuca” para ellos.

Hay equipo. Reunión de petiseros y de profesionales. Reunión de herenses, bah.

El pueblo, enclavado en una zona de extensas llanuras y bosques, tiene apenas algo más de 800 habitantes y se encuentra a mitad de camino entre Paris y Amiens y a unos pocos kilómetros del canal de la Mancha, en el norte francés.

Los herenses conviven en una casa a unos trescientos metros de las caballerizas y en el mismo club se juegan algunos de los torneos, aunque en determinadas oportunidades tienen que trasladarse a otros lugares de Francia, Alemania o Italia donde los patrones disputan ciertas copas. El tiempo de descanso es mínimo, ya que el trabajo es de lunes a lunes y aunque tienen la posibilidad de acomodar las tareas para conocer otros sitios cercanos (Paris es uno de ellos, que visitaron en los últimos días), deben regresar  temprano para entrompetar (de noche a los caballos se le coloca una especie de morral para que no terminen comiéndose el heno de la cama) y más sabiendo que al día siguiente, antes de las 5 suena el despertador.

El esfuerzo tiene su recompensa porque los salarios son en euros, lo que al tipo de cambio actual, es un incentivo extra, más allá de la experiencia y la posibilidad de conocer lugares que sólo suelen verse en las revistas o por la televisión. “Tenemos que hacer el sacrificio – explica Jona Kennedy – que no es sólo nuestro, sino también de nuestras familias que se quedan allá, pero vale la pena y es cuestión de adaptarse. Aquí tenemos temporada hasta el 20 de septiembre, más o menos, y los pasajes para volver tienen fecha el 5 de octubre”.

En esos días, en Europa comienza el otoño y culmina la temporada de polo, por lo que los caballos serán largados al campo a la espera de una nueva primavera, cuando se volverán a encontrar con sus petiseros argentinos.

“Lo bueno es que somos tantos compatriotas que es como si estuviésemos en Las Heras. Aquí se habla español y el francés es sólo para decir “bonjour” y unas pocas palabras más”. Además, al estar todos juntos se hace más llevadero, porque tenemos costumbres muy parecidas, el mate, el asado y el fútbol”, termina diciéndonos Jonathan, recordando que hace algunas noches revivieron el clásico “Las Heras Vs. Resto de Argentina”, que ganaron 5 a 4.

Como para sentirse un poco más cerca de casa.