Los Granja compraron su terreno sobre la calle Arozarena, en el Barrio Los Churrinches, hace algo más de un año. Desde hace tiempo proyectaban mudarse a un pueblo chiquito, cerca de Capital, pero en el que se pudiera vivir con tranquilidad. Hoy están muy cerca de lograrlo.
Matías se dedica a realizar trabajos de electricidad y refrigeración, pero también hace algo de herrería, cuando la temperatura ya no aconseja colocar aires acondicionados
Maisa (ese es su nombre, como el de la cantante brasileña que admiraba su padre, también músico) es docente y actualmente se desempeña en la Secretaría de Asuntos Docentes de La Matanza.
Matías y Maisa viven en Lugano, en la periferia de la Capital, lindando con el conurbano, pero en medio de un conglomerado que es muy diferente del que conocieron cuando eran chicos.
El, desde hace años viene proponiendo mudarse a un pueblo del interior, donde Tahiel (12) y Aneley (6) puedan jugar en la vereda o dar la vuelta a la manzana en bici, como lo hacía de chico, en el Lugano de los 80.
Ella terminó convencida que valía la pena intentarlo. Para reforzar la idea, un familiar se mudó a Achupallas, un pequeño pueblo en el partido de Alberti, a unos cien kilómetros de Mercedes.
“Es un pueblo muy chiquito, apenas tiene alrededor de 100 habitantes, pero es muy lindo, aunque no era lo que buscábamos, porque resultaba un cambio muy grande desde la gran ciudad y, además, quedaba un poco lejos”, explica Matías que era el más entusiasta los fines de semana, a la hora de cargar el equipo de mate y salir a visitar pueblitos en los alrededores de la Capital. Así fue como llegaron a Villars y, desde allí, a Las Heras en la primera de una serie de coincidencias que terminarían de cerrar la idea, tiempo después.
Maisa cuenta que estuvieron un par de veces en Villars y también en Hornos, pero que, en ambos casos, les ocurría algo parecido que con Achupallas: igual tendrían que venir a Las Heras muy seguido, entonces lo mejor era probar aquí, con un ingrediente extra que se convertiría en la primera coincidencia.
“En el trabajo – nos cuenta – tengo un compañero que cada dos por tres, me decía que llegaba tarde porque se le suspendía el tren o andaba mal el servicio. Un día le pregunté: de dónde venís? De Las Heras, me respondió y quedó ahí nomás. Cuando llegamos aquí, me acordé de él. Hace poco lo encontré en un supermercado”.
Si bien ya habían decidido que harían un intento por comprar algo aquí, los valores de los terrenos resultaban prohibitivos porque el presupuesto que manejaban no estaba al alcance de los lotes en nuestra ciudad. Habían recorrido inmobiliarias y siempre entraban en las páginas web de estas para ver si aparecía algo. Un día encontraron que un terreno que habían visto sobre la calle Arozarena había bajado de precio y ya entraba dentro de su presupuesto.
“Llamé a la inmobiliaria y Mabel (la empleada) me contó que el dueño tenía que hacer un viaje y había bajado el precio del terreno para poder venderlo. Enseguida nos pusimos de acuerdo y lo compramos”, nos cuenta Matías, quien recuerda que en el lote no había nada, sólo un alambrado sobre la calle, por lo que lo primero que hicieron fue poner un tejido, especialmente para proteger la casilla rodante y el baño químico que instalaron, dispuestos a aprovechar las primeras salidas después del COVID.
“Se nos fueron complicando las cosas, porque no conseguíamos mano de obra o nos pedían un disparate para hacer el pilar de la luz, pero igual nos arreglamos porque los vecinos nos tiraron un cable y nos veníamos todos los fines de semana para ir haciendo algo. Mucho fue a pulmón, pero hoy ya avanzamos bastante”, explica Matías que, en el fondo del terreno, le está poniendo el cielorraso a lo que finalmente serán un quincho y su taller, pero que para el próximo año, terminará siendo su casa.
Maisa suele quedarse toda la semana mientras está de vacaciones y va armando la logística para el año que viene. Tahiel termina séptimo este año y en el 2023 comenzará el segundo año de secundaria. Aneley, empieza primero y el año próximo (ya en segundo) irá con ella a la escuela que le toque, cuando pida el pase al distrito. Mientras tanto aprovechan para, disfrutar de la pileta, ir avanzando con la construcción, recibir a algún familiar (suegra incluida) y conocer el pueblo que los albergará desde el año próximo y que ya les va cambiando la dinámica familiar.
“El otro día le pedí a “Tai” que vaya en la bici al almacén que está acá a un par de cuadra y se quedó esperando que lo acompañase. “Andá solo”, le dije y sentí como que lo sorprendía, porque allá eso es impensado. Eso es lo que venimos a buscar, eso y el saludo del vecino, aunque no nos hayamos cruzado más que un par de veces”, asegura Matías que se llevó una nueva sorpresa con la segunda coincidencia, cuando le contó a una tía que habían comprado un terreno en Las Heras. “Ahí nació mi abuelo (bisabuelo de Matías). No te acordás del “Abuelo Cipriano”?. Tenía ese nombre porque era el santo de la Iglesia de Las Heras”, le dijo la tía vieja y lo ayudó a terminar de convencerse que el lugar elegido era el correcto y que las señales no podían estar erradas.
Los Granja cuentan su historia y hablan de sus proyectos, pero también preguntan por el pueblo que eligieron. Tahiel juega al básquet y Aneley hace acrobacia en tela, pero a ellos les interesa saber en qué trabajan los herenses, dónde se divierten los jóvenes, qué hacen cuando terminan la secundaria o cuándo van a abrir el paso a nivel de la Circunvalación para que no tengan que ir hasta el centro para cruzar las vías.
Algunas respuestas les hemos podido dar nosotros y el paso a nivel ya está habilitado, pero otras deberán encontrarlas ellos mismos.
Al menos para cuando dejen de ser turistas de fin de semana o de vacaciones y se conviertan en nuevos vecinos.
Tiempo al tiempo. Eso será para el 2023.