Foto: Juan Kaiser

La familia es producto del amor, y eso nadie lo puede objetar. Cómo así también el fruto de lo maravilloso de esa unión son los hijos. Así es como se va nutriendo de significado la vida. Esa minúscula pero grandiosa vida que nos trae al mundo para conocer lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo. Al fin y al cabo la simpleza de este paso por el mundo es que cada instante vivido es una sumatoria de experiencia porque, en su mayoría, ninguno de nosotros está moldeado para afrontar diferentes circunstancias que nos van haciendo la persona que somos.

El nacimiento de dos hijas para Rosana Cabanilla y Nacho Duhalde ya los había preparado para la tercera niña que venía en camino. No hubo complicaciones en el embarazo. Aquel jueves 16 de julio de 2010 a las 14.45 horas, llegó Delfina y terminó de conformar una familia de cinco, junto a: Valentina (13) y Josefina (11). Pero los momentos de la vida le hicieron mover los cimientos un día después: tu hija tiene trisomía 21 con un problemita en el corazón, que tenía una malformación congénita y que si no se hacía una operación en un corto período podía provocarle una cardiopatía y corría riesgo de vida.

Al principio yo decía que no podía ser. Usted está equivocado que no era mi hija la que me describe. Mi primera reacción fue llorar, fue un bombardeo de palabras que no sabía lo que era”, recuerda su papá Nacho, sentado en la cabecera de la mesa en su casa, el momento en que el cardiólogo lo anotició en un consultorio de la clínica Güemes que su hija Delfina tenía síndrome de down.

Luego tuvo que enfrentarse al pediatra en un consultorio externo, pero llamativamente no había nadie y lo hicieron pasar a la casa de familia, una señora le acerca un té, mientras que por su cabeza pasaban miles de cosas. “Me empezó a hablar con el cassette del profesional y mi respuesta fue la misma que antes sumado al porqué a mí, que mi hija no es así y que no tiene nada”, relata, hace una pausa y, tras siete años, reflexiona: “Fue una reacción fuerte, machista. Por qué a mí no y a otro sí, eso duele”, mientras que el silencio ambiental le llena los ojos de lágrimas, pero una caricia de su compañera Rosana y una mirada hacia Delfina que está sentada en el sillón lo sedan en un instante.

Nadie está preparado, el estado principal es de shock. Por eso Nacho Duhalde caminaba por los pasillos de la clínica a la espera de que vengan los médicos para que le cuenten a su esposa. Estaban aislados en una pieza compartida. Todos se sentaron y el médico nuevamente con su vocabulario comenzó a explicar hasta que rompieron en llanto. “No sabíamos nada, era todo nuevo para nosotros”, coinciden.

Los primeros días de vida de Delfina la tuvieron con una falta de oxigenación en sangre y tuvo que permanecer en neo pero, afortunadamente, no pasó a estar entubada. El cardiólogo de la clínica les decía que debían operarla a la brevedad, otro les trataba de explicar que ellos tenían que decidir. “Nosotros como papás no queríamos. Por eso seguimos la recomendación del cardiólogo de neo que fue quién la medicó en un primer momento. Hasta el día de hoy la controla y recién el año pasado la operamos”, cuentan.

Pasaron un poco más de siete años de aquel momento. La incertidumbre de los primeros meses fue haciendo que Nacho y Rosana vayan aprendiendo de la vida de la mano de Delfina. Los miedos del mundo, las miradas de una sociedad a la que le falta diversidad. Así y todo a cada paso que dieron le metieron corazonada, amor y valentía.

Mientras Delfi juega con su caniche llamado Pompón, también intenta despertar de la siesta a Valentina, su hermana mayor, pero también la segunda mamá. Luego de varios intentos lo logra, la hace sentar en el sillón, la besa, se sacan fotos, juegan. Sus papás no le sacan la mirada, sonríen y detallan que “íbamos al Centro de Atención Temprana de Desarrollo Infantil a reuniones de padres con hijos con síndrome de down y era maravilloso porque te contaban que no había imposibles y que todo era posible”.

La estimulación temprana ayudó para que Delfina pueda adaptar actividades a sus capacidades mediante diferentes métodos. Por eso ya pudo egresar del Jardín Infantes “Hipólito Pordomingo” y continúa su aprendizaje en el segundo año escolar del San Luis. “Cuando tuvimos que anotarla en el Jardín sentimos miedo al rechazo, pero la verdad que en todo momento nos abrieron las puertas”, expresa Rosana.

Eran las cinco de la tarde del miércoles 21, Día Internacional del Síndrome de Down, y Delfi se pasea por su casa. Va y viene. Espera ansiosa por Josefina que regresa de la escuela a la que ella ausentó y le tira una tacita de plástico a Pompón. Mientras que Rosana corta la torta que especialmente le hizo para celebrar su día.

Ya están los cinco en casa. La mirada tierna de la más chiquita le quita una sonrisa a cada uno. Todo marcha en paz como sabiendo que los momentos vividos curtieron la piel de los papás, pero las nubes en el camino siempre aparecen. “Tenemos barreras de incertidumbre y cada vez que vaya creciendo Delfi las vamos a tener. Soñamos con que ella sea feliz y haga lo que le guste”, reflexionan Nacho y Rosana.

La llegada de Delfina para Nacho, Rosana, Valentina y Josefina fue el tesoro más preciado y la razón por la que comenzaron a darle sentido a las cosas verdaderamente importantes. Ya no buscan esa mirada de la sociedad que no entiende de la vida, tampoco se preguntan por qué a nosotros. Simplemente navegan de la mano como familia porque conocieron el verdadero amor puro, ese que solamente puede transmitir una personita como Delfina.