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Volver a la patria, veinte años después

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“Yo no me vuelvo a Estados Unidos. Me quedo en Las Heras”, les dijo Santi a sus padres, después de estar dos meses de vacaciones, compartiendo el campo, los paseos en bicicleta y las tardes en el club con los primos y los amigos que había hecho cuando iba al Jardín cada vez que su mamá regresaba al país para rendir examen.

Carina Viera y Rodolfo Irigoyen ya tenían decidido volver a radicarse en la Argentina, pero planeaban hacerlo para mitad de año, cuando Santi y Juliana, su hermana menor, terminaran el ciclo lectivo en Carolina del Sur, donde residían.

El planteo de Santiago les hizo pensar que quizá sería mejor adelantar todo. Así fue que comenzaron a buscar una casa para alquilar y a ver cómo hacían con los estudios de Santi, porque Juliana tenía que empezar primero y no habría problemas.

“Fuimos a hablar con el director de la ENET y con la Inspectora y nos facilitaron todo de manera increíble. Así es que Santi se quedó con los abuelos para empezar la escuela y nosotros regresamos para acomodar todo allá”, cuenta Carina, quien agrega que si bien hacía 17 años que se habían radicado en Estados Unidos, siempre tuvieron la idea de regresar algún día. “Nos fuimos en el 2002 en plena crisis, pero no estábamos enojados. Simplemente nos surgió la oportunidad, estábamos de novios y éramos jóvenes. Nos dijimos porqué no?. La oportunidad era en ese momento y quisimos aprovecharla”, asegura.

Carina era asistente  social y tenía dos trabajos. Uno en la parte privada y otro dentro de la estructura de la provincia. Rodolfo, además de ser uno de los mejores jugadores de pato de aquel momento, se había recibido de contador y trabajaba en la administración del Hotel Howard Jhonson de Pilar. A él las cosas no le iban demasiado bien, porque la situación económica hacía mella también en la prestigiosa cadena hotelera que casi no tenía reservas.

“A través de Francisco, mi primo, conseguí para ir a trabajar a Estados Unidos como petisero. El es jugador profesional de polo y el patrón necesitaba alguien de confianza que le prepare  los caballos. Nos instalamos en Palm Beach y yo empecé a trabajar enseguida”, recuerda Rodolfo, aunque asegura que siempre pensaban regresar tarde o temprano.

Después de un tiempo y cuando consideraron que la experiencia ya no daba para más, decidieron pegar la vuelta. “Ya teníamos los pasajes comprados”, cuenta Carina. Pero unos amigos les sugirieron porqué no probaban quedarse, trabajando de lo que habían estudiado. La primera que lo intentó fue ella, quien llevó un curriculum a un hospital, sin demasiadas expectativas, pero, contra toda suposición, a los pocos días la estaban llamando y le dieron el puesto. Necesitaban una trabajadora social que hablara español.

Así fue que Rodolfo también tuvo que replantearse intentar por su lado para acompañarla. Empezó a dejar C.V. hasta que lo llamaron de una empresa nueva que estaba buscando precisamente un contador bilingüe. Santi era pequeño y decidieron que valía la pena estirar un poco más su estancia en USA.

Fue así que se terminaron instalando en Washington y viviendo en otras ciudades norteamericanas, hasta que él no quiso saber más nada con los números y las oficinas. “Lo que me apasionan son los caballos y quería vivir de eso. Por un viejo patrón que tuve conseguí como encargado en un campo de Aiken (Carolina del Sur) en el que se hacían caballos nuevos y dónde se les daba hospedaje a los que estaban fuera de competencia”.

L.V.:  Una especie de Hotel para caballos?

R.I.: Algo así, pero tres meses por año tenía que ir a Florida para hacer la temporada con el patrón. Estábamos viajando constantemente por lo que Carina tuvo que dejar de trabajar.

Así fue que ella decidió que debía aprovechar su tiempo libre y se anotó para hacer la carrera de derecho a distancia en la Universidad Católica de Salta. Por ello es que todos los años, allá por los meses de julio o agosto regresaba a Argentina para rendir sus exámenes y los hacía con el pequeño Santiago al que mandaba al Jardín acá. “Iba al instituto Las Heras y ahí se hizo de muchos de los amigos que hoy son sus compañeros en el primer año de la secundaria”, cuenta la flamante abogada, mientras Rodolfo acota que regresaron a la Argentina en el 2009 y estuvieron instalados en Intendente Alvear, la Pampa, pero regresaron al norte un año después.    

L.V.: Tienen la ciudadanía norteamericana?

C.V.: La ciudadanía, no. La residencia, sí. Ellos (dice por los chicos) son norteamericanos porque nacieron allá, pero nosotros no sabemos si vamos a hacer la doble ciudadanía y tampoco se la vamos a hacer a los chicos. Que ellos, cuando sean grandes, lo decidan.

Cuando les preguntamos cómo se adaptaron los chicos a la vida en nuestra ciudad, nos cuentan que allá también vivían en un pueblo como el nuestro. Que Juliana no tiene problemas con la escuela, porque recién empezó primero y que Santi se está adaptando bastante bien, aunque le cuesta lengua, porque si bien él hablaba español correctamente, nunca lo había escrito y es lo que más le complica. En la escuela lo ayudan mucho y nosotros lo apoyamos. No va a tener problemas” nos explica la mamá mientras busca en Internet cómo enseñarle lo que son palabras agudas, graves o esdrújulas. Pero tiene que hacerlo en inglés porque se le hace más fácil, aunque las palabras en ese idioma no llevan tilde.

L.V.: Y Santi… por qué quisiste quedarte en Las Heras?, le preguntamos rato más tarde cuando lo encontramos en el kiosco.

S.I.: “Por mi familia. Y por mis abuelos” asegura y nosotros imaginamos que a esta altura Norma, Tete, Cristina y Hugo deben estar lagrimeando. Por eso los dejamos disfrutar de sus dos pequeños nietos “yanquis”, mientras los papás comienzan a rearmar de nuevo su vida, tras una experiencia que definen como muy positiva, pero que siempre imaginaron que sería sólo temporaria y así lo fue.  

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