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El último paciente

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La noche ya le ganó su pulseada a una tarde luminosa y las sombras se apoderaron de la calle Hipólito Pordomingo, justo detrás de la Municipalidad. Las veredas casi desiertas en este cierre de agosto que huele a primavera, aunque el clima se resistirá algunos días más a dejarle paso a la estación de las flores y el amor, de la vida en su máxima expresión.

Justo ese día en el que el santoral celebra a San Ramón, la última de las pacientes abre la puerta del consultorio y se marcha con andar pausado por la vereda solitaria y casi en penumbras.

Poco importa cuál ha sido el diagnóstico y la receta, seguramente fue más una charla de amigos que una consulta al profesional.

Pero esa puerta que se cierra marca un final, resistido, pero inexorable: la despedida de quien sus propios colegas reconocen como uno de los próceres de la medicina local.

La nota del “diarito del pueblo” dirá con sus letras de molde que a partir del 1° de septiembre ya no atenderá en su consultorio el Dr. Marcos Eugenio Langan.

Pero los lectores sabrán que hay mucho más detrás de ello.

Sabrán que hay nombres que señalan personas, pero también que hay personas que definen a sus propios nombres y que en Las Heras, con sólo decir: “Yuyo” no será necesario agregar nada más.

Sabrán de toda una vida dedicada al más noble arte de curar, curar el cuerpo, pero muchas, muchísimas veces también curar el alma.

Sabrán de la hombría de bien de un profesional de conducta intachable, reconocido y admirado por propios y extraños.

Sabrán de la nobleza de quien es feliz cuando tiene que dar una noticia auspiciosa y pone su hombro cuando se trata de anunciar un destino tan cruel como inexorable.

Sabrán del médico, pero también sabrán del funcionario probo y el recordado profesor de la secundaria que inspiró a tantos de aquellos estudiantes a seguir sus pasos y en los que elegimos otros caminos a recordar por siempre aquella caja de huesos con la que terminamos familiarizándonos para diferenciar con certeza entre un húmero y un fémur, un tróquiter o un trocánter.

Sabrán del padre de familia y también del interlocutor afable, sencillo y humilde que narra con agradecimiento aquellos primeros pasos en el colegio San José, recuerda con cariño al Padre Toraca que lo conectaría para siempre con uno de sus más entrañables amigos: el Padre Pordomingo y esos fines de semana en su pueblo al que volvería para darle su ciencia y su ejemplo.

Ya no abrirá sus puertas el consultorio de la calle Pordomingo, no habrá una pausa para tomar el té junto a su inseparable Elina.

Pero queda mucho camino por andar aún, camino que servirá para cosechar lo que ha sabido sembrar en este más de medio siglo de servicios para su pueblo, sin distinción alguna.

La mujer dobla en la esquina y la vereda de la calle Pordomingo queda vacía, pero no en silencio: han de ser los duendes de miles y miles de herenses agradecidos para quienes Yuyo ya no será más su médico, sino un norte con el que orientarse cuando de serle útil a la comunidad se trate.