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Un canto a la vida, una caricia en el alma

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Todo tiene un comienzo, un desarrollo, un final y, a veces, un mensaje que trasciende la simple nota periodística y se transforma en una enseñanza.

¿Pero qué se hace cuando las ideas son tantas que uno no sabe por dónde empezar?

¿Qué se hace cuando hay decenas de lecturas que tienen el poder de disparar contenidos y sentimientos?

¿Qué se hace cuando nos damos cuenta que nuestros grandes males no son más que un simple tropiezo frente a otros que la pasan mal en serio?

Pero, más que todo, ¿qué se hace cuando nos dicen que el 2020 es un año perdido, que la pandemia ha minado nuestros proyectos y que la única opción que tenemos es que pase la tormenta?

Posiblemente las respuestas estén en esas mismas páginas que conforman el “Libro azul de la comunidad Terapéutica San Ignacio” que Augusto puso en mis manos hace unos días y que no pude dejar de leer desde aquellas primeras frases de Claudia, ese ejemplo de mujer hecho mamá que nos dice que tenemos que “transformarnos en superhéroes y salir a ganar esta batalla”, como si eso fuese tan fácil (“o, al menos intentarlo”) nos responde rápidamente, como si adivinara nuestras dudas.

Lo habíamos visto en la imprenta cuando estaba en edición y ahora, recién salido del horno, el “Libro Azul…” no deja de sorprendernos.

Sorprendernos porque nos muestra por dentro una realidad que advertimos ajena, pero que es tan próxima a nosotros: la del aislamiento cuando a la nostalgia de los seres queridos se le agrega una discapacidad que creemos paralizante, pero nos damos cuenta que, con creatividad, voluntad y, especialmente, una gran dosis de amor y compromiso, es posible superar cualquier obstáculo.

Sorprendernos cuando Claudia y Augusto nos hablan de ese hogar que formaron para su querido Nacho y catorce “chicos” más como él.

Sorprendernos cuando leemos lo que nos dice Fernando Mangeri, ese amigo de la infancia que se puso espalda con espalda para vencer todos los miedos de una guerra que muchos hubiesen creído que no era la suya.

Sorprendernos con cada carta de las familias de “los chicos” que hablan de nostalgia, de temores y hasta de culpas, pero también de agradecimiento y de esperanza.

Sorprendidos por los mensajes de cada uno de los terapeutas en quienes se nota un compromiso que va desde quien reconoce esos temores iniciales de Mariana a la certeza de Paola cuando afirma: “Vamos que de esta salimos todos juntos!”, la magia de Lucas, con futuro de poeta o la tristeza de Patricia por no poder decirles que este fin de semana volverán a casa.

Pero más aún sorprendido por la fortaleza de ese papá que le habla a su hijo con un nudo en la garganta y la nostalgia a flor de piel diciéndole: “me siento una persona con suerte, porque en este sorteo de la vida, a mí me tocaste vos”.

En estos tiempos de cuarentena en los que tenemos mucho más tiempo para hacer cosas que nos llenan el alma, que nos reconfortan con el valor de lo simple y de lo realmente importante, que tenemos tiempo para mirar la vida desde otra óptica y de saber que no todo es andar corriendo y lamentándonos por lo que nos pasa, esa horita que nos llevará leer y releer cada una de las algo más de cuarenta páginas del libro será nuestra mejor inversión.

Buscalo, leelo, disfrutalo. Después no me digas que no te avisé.