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Cuando las vacaciones son diferentes

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Luis Alberto Codsi trabaja en DRF desde hace muchos años, pero espera cada enero para darle rienda suelta a su gran pasión: el montañismo.

Claro está que Peto no es que espera el receso descansando para ir a “matarse” en la montaña, sino que, durante todo el año, le pone sus fichas a un entrenamiento duro que puede pasar por interminables pasadas de running, largas pedaleadas por caminos rurales, pero también por la adrenalina que genera un deporte como el tenis o la paz de una buena salida de pesca.

Pero lo suyo pasa por ascender, por forzar sus propios límites y vivir experiencias únicas en un refugio de montaña, una trepada por entre las rocas y una semana en la que pone a prueba su fortaleza física y mental, haga cumbre o no.

En los primeros días de enero volvió a partir hacia la provincia de Mendoza y a su regreso nos contó que su proyecto era volver a “los seismiles” en Catamarca, una zona cordillerana en la que prevalecen unos veinte picos volcánicos que superan los  6000 metros sobre el nivel del mar y que tiene su cabecera en la ciudad de Tinogasta, sobre la ruta provincial 60.

“Me gusta el norte, pero con todo esto de la pandemia, los accesos están imposibles y decidí buscar un objetivo más posible, por lo que me decidí por volver al Cordón del Plata en Mendoza, que tiene cerros cercanos a los cinco mil metros. Uno de ellos es el Rincón, con algo más de 5300 metros SNM”, nos cuenta después de correr unos cuantos kilómetros y cuando se prepara para volver a trabajar, tras las vacaciones, el próximo lunes.

Lo cierto es que el miércoles 6 de enero abordó el micro y partió hacia Cuyo en un viaje que había comenzado varios días antes, cuando terminó de armar la mochila, cargando todo lo necesario para escalar, entre esas herramientas se encontraban sogas y grampones ya que tenían previsto atravesar una zona complicada, pero también recuperando algunos elementos que había prestado hace casi un año y que algún despistado había olvidado regresar.

Esta vez, su compañera de viaje sería Carla Carabini, una arquitecta cordobesa que hace un lustro conoció lo que era el montañismo y dejó todos los demás deportes para dedicarse a desafiar las rocas en plena cordillera.

Juntos contrataron a Javier Gutiérrez, un experimentado guía de alta montaña con más de 20 aconcaguas en su curriculum. Con él (y trasladados por Alejandro, su habitual compañero de aventuras, un comerciante de la zona de Luján de Cuyo) llegaron a la Veguita S

uperior, el campamento base ubicado a unos 3400 metros y donde se instalaron en este refugio de esquí de montaña que lleva adelante una pareja de venezolanos (los hay en todos lados) que se encarga de atenderlos, brindarles alojamiento, sanitarios y un lugar para ir llevando despacio la aclimatación.

“Desde ahí se van haciendo salidas, que son caminatas de cuatro o cinco horas para que no te agarre el mal de las alturas, porque si te apurás, podés tener consecuencias complicadas. Hay quienes queman etapas, pero a los pocos días andan como si no tuviesen fuerza ni para dar dos pasos. Claro está que esa aclimatación también te sirve para hacerte fuerte de la cabeza, porque ese es uno de los secretos para hacer montañismo. Llega un momento en el que el cuerpo no quiere avanzar un metro más, pero es la cabeza la que te hace seguir adelante”, nos cuenta, mientras va explicando que hay quienes usan mulas para hacer el acarreo y ellos llevan apenas lo indispensable, pero ellos debían cargar las pesadas mochilas que, por más que distribuyen los pesos, suelen superar los 20 kilos, algo que puede ser complicado para trasladar en el llano, pero que no se puede imaginar lo que es en la montaña en la que siempre vas para arriba.

Así fue como llegaron al campamento El Salto, a los 4200 metros, donde tuvieron que armar las carpas (había otras 15 tiendas armadas en el lugar, aunque la mayoría eran argentinos, al contrario de lo que suele ocurrir otros años) y, desde allí, hacer acometidas para “tantear” la cumbre aunque el calentamiento global que nosotros advertimos como algo lejano y foráneo está haciendo de las suyas también en nuestra cordillera.

“Pasamos por un lugar que se llama el reloj de arena porque el agua de la nieve discurre entre dos enormes rocas y que ya no existe más porque prácticamente no hay nieve y esto llega a tal punto que llegamos a un tramo en el que se deben usar grampones y sogas para subir escalando sobre la masa de hielo, pero la piedra está pelada y es imposible hacer pie. No son más de 50 metros, pero te resbalás a cada paso. Javier dio un rodeo, buscó por otro lado, intentó por donde antes había nieve y no pudo seguir adelante, por lo que decidimos regresar para no correr riesgos” nos cuenta, mientras recuerda que, en total, estuvo 8 días en la montaña, conviviendo con la naturaleza imponente que es, al fin y al cabo, el gran desafío del montañista.

¿Hacer cumbre? “Ojalá que sea el año que viene, si puedo ir para el norte y, sino, seguiremos visitando las montañas en cada enero. No se puede explicar lo que se vive allí arriba”.

  • ¿Nadie te ha seguido en esta aventura de escalar?
  • Muchos me preguntan y en principio se entusiasman, pero hay que entrenar todo el año y, además, es una actividad costosa, porque los equipos son caros. Podés alquilar, pero igual es complicado.
  • Y en el 2022?
  • Ojalá pueda ir al norte, sino ya aparecerá otro destino. Habrá que ir buscándolo.