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Una chica entre los kiwis

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Primeros días de marzo del año pasado. En el mundo empezaba a escucharse una palabra casi desconocida hasta ese momento: pandemia.

Fernanda tenía los pasajes listos para el 16 de ese mes, pero se hablaba de la suspensión de vuelos y del cierre de fronteras. Constantemente buscaba noticias en la tele y en las redes, pero todas hablaban de Europa. Prácticamente nada decían de Nueva Zelanda.

Al final pudo abordar el avión y el 17 de marzo estaba aterrizando en Auckland, la ciudad más importante del archipiélago (no su capital, que es Wellington) y su primer destino fue Papamoa, una población llena de latinos en la isla norte, del otro lado del mundo.

“Estaba estudiando para azafata y allí me contacté con muchas chicas con alma viajera, además quería sentirme completamente independiente y la experiencia de mi hermano y mi cuñada (ellos están en Australia) me ayudaron a decidirme”, explica Fernanda Zanel sobre la decisión de partir de Argentina buscando nuevos horizontes, conociendo otras culturas y trabajando de cosas que jamás hubiera imaginado.

En ese sentido, su primera actividad fue en una empacadora de kiwis hasta que se mudó a la isla sur y comenzó a trabajar en la construcción. “Suena raro, pero aquí muchas mujeres trabajan en la construcción. Te pagan bien, podés vivir sin problemas y en poco tiempo te podés comprar un automóvil. Trabajo hay, depende de lo que busques, pero las frutas, hotelería y construcción son los que tienen mayor demanda”, cuenta a través de las redes desde Blenheim donde reside hoy, trabajando en una bodega especializada en vinos tintos. “Estoy rodeada de viñedos y montañas, sería como la Mendoza de Nueva Zelanda”, nos dice y habla de la diversidad geográfica del país en el que podés pasar en cuestión de minutos del mar a la montaña, siempre con un clima cambiante en el que, de un momento a otro puede nublarse o llover con sol, pero siempre con mucho viento.

Sobre los nativos, a los que también denominan kiwis, como las frutas, pero en honor al ave nacional del país, dice que son amables y muy curiosos, que les gusta saber de dónde venís y que te parece su país, una tierra en la que se puede caminar tranquila por la noche, hacer dedo en la ruta, dejar el celular o la billetera en cualquier lugar y en la que no se habla del coronavirus. “Nunca usé barbijo y no sé lo que es estar encerrada”, asegura.

De todas maneras, estar a 15 horas de distancia complica las comunicaciones, pero una o dos veces por semana habla con Horacio y Marilú, sus padres en Las Heras o con Mariano, su otro hermano.

“De todas formas me he hecho de muchos amigos de diferentes lugares del mundo, porque la multiculturalidad es una da las características del país y hay europeos, asiáticos o latinos con los que nos encontramos en fiestas o nos reunimos a comer. El idioma, al principio fue un problema, especialmente porque el inglés que hablan es muy cerrado, pero ya estoy adaptada”, nos cuenta y lamenta que aquella amiga que le propuso cambiar el destino original en Australia por Nueva Zelanda no haya podido llegar al archipiélago porque le cancelaron el vuelo y después ya no pudo salir.

Del otro lado del mundo, Fernanda sigue cumpliendo su sueño.